miércoles, 2 de julio de 2014


A los 23 años, el científico inglés Alan Turing logró encontrar la solución a un viejo e irresuelto problema de lógica que se remitía al siglo XVII, y que en pocas palabras se planteaba si era posible reducir la razón humana a un problema de computación. Un poco más tarde, su interés en explorar los límites de los procedimientos automáticos lo llevó a concebir su “máquina universal”, un aparato que por primera vez fue capaz de traducir un código numérico en una instrucción mecánica. Así, con tan sólo 24 años de edad, Alan Turing había inventado el software. El abstracto trabajo que había hecho en el campo de la lógica lo había llevado a inventar un sistema sin el cual cualquier programa de computación sería imposible —desde un elemental procesador de texto hasta la más sofisticada aplicación como la que me permite ver e identificar las estrellas desde mi Smartphone. 
En aquellos días Turing estudiaba en Princeton, Nueva Jersey, donde había viajado para obtener un doctorado en matemáticas. Fue una época fascinante, en la que científicos de la talla de Albert Einstein y John von Neumann se paseaban por los pasillos de la prestigiosa institución. Sin embargo, después de dos años, ya con el posgrado, Turing decidió embarcarse de vuelta a Inglaterra, donde fue reclutado por el gobierno para trabajar en las instalaciones militares de Bletchey Park al inicio de la segunda Guerra Mundial. Ahí logró descifrar el código secreto del ejército nazi, llamado Enigma, y diseñó una máquina apodada “Victoria”, que lo replicaba y traducía automáticamente. Sin lugar a dudas, fue éste “un logro que ayudó a salvar a Inglaterra de la derrota en 1941 y revirtió la corriente de la guerra”.1
Uno habría esperado que se erigiera un monumento reconociendo el heroísmo y las aportaciones de Turing, pero las cosas fueron muy distintas. No sólo su heroica hazaña permaneció en secreto por décadas, sino que nueve años después del fin de la guerra fue acusado de lo que legislación inglesa de la época consideraba, con esas palabras, una “asquerosa indecencia”. Y es que además de ser un joven un tanto desarreglado e introvertido, que disfrutaba de armar rompecabezas, correr largas distancias y reparar de toda clase de mecanismos, Alan Turing era homosexual. Por razones legales, Turing se declaró culpable del cargo y el juez le concedió la libertad condicional con la condición de que se sometiera a un tratamiento hormonal para reducir su libido y ‘curar’ su homosexualidad. Esta castración química no sólo desfiguró su cuerpo, sino que al cabo de un año despedazó su prodigioso intelecto. El 7 de junio de 1954, a los 41 años, Turing envenenó una manzana con cianuro, y al día siguiente la sirvienta encontró el cadáver en la habitación, con la manzana mordida a su lado.
Esta es, por cierto, la historia que está detrás del logotipo de Apple, la marca de la computadora desde la que escribo este artículo, y quizás de la plataforma desde la que usted lo lee. Y aunque hay quien niega que ése sea el verdadero origen del emblema de la empresa,2 nadie duda de que los logros de Turing sean merecedores de semejante homenaje. Sea como sea, creo que el símbolo sirve de recordatorio de las atroces consecuencias de la intolerancia social, de la ceguera de una comunidad que bloquea todo el espectro humano de un individuo y lo reduce a su práctica sexual. Porque para olvidarse del Turing de inteligencia revolucionaria, del Turing valiente y honorable, del Turing que dio un golpe mortal a la bestia nazi, se necesita una cantidad de morbo descomunal —un morbo que, por cierto, en el mundo inglés se disfrazaba de puritanismo y ‘buenas costumbres’.
Este mecanismo que bloquea todo lo que es una persona y ve en ella la encarnación de una cualidad que se juzga despreciable, no es sólo una característica de la homofobia, sino de todos los tipos de discriminación. El racista ve en los negros y los indígenas un color de piel; el machista reduce a las mujeres a un objeto sexual; para el xenófobo, el extranjero existe esencialmente como amenaza; para el clasista, la pobreza es expresión de una propensión natural a la bajeza y la sumisión…
El filósofo judío Emmanuel Levinas, quien logró con éxito introducir la sabiduría del Talmud a la filosofía moderna, dedicó uno de sus libros “a la memoria de los seis millones de judíos que murieron por el mismo odio al otro hombre.” Levinas sabía que todas las formas de intolerancia padecen de la misma ceguera, de la misma tendencia obsesiva a enfocarse en lo distinto. La prueba de esto es que a menudo se trata a la persona discriminada como si fuera una fuente de contagio, portadora de algún peligro, enfermedad o sustancia impura. Los ejemplos, desafortunadamente, parecen ser insensibles al paso del tiempo: van desde la creencia medieval en que los judíos apestaban naturalmente, hasta las declaraciones de los segregacionistas estadounidenses que proclamaban a la raza negra un virus malsano; y apuesto a que hoy todos hemos escuchado a alguien expresar repugnancia por la sola presencia de un homosexual en su campo de visión, y algunos incluso temen al contacto físico con ellos como si se tratara de una violación.
En su último comunicado, Marcos Metta se equivoca al disculparse por haber provocado desacuerdos en nuestra comunidad.3  Se equivoca por la simple razón de que él no los provocó. El tono mismo del enérgico debate que se ha suscitado en los últimos días deja en claro que las diferencias entre miembros de la comunidad estaban ahí mucho antes del 10 de junio. Lo único que causó la presencia del presidente de la comunidad en Guimel fue sacar esos desacuerdos a la luz. Es obvio que la violencia con la que estallaron los desacuerdos —las disputas y rivalidades— es culpa, principalmente, de quienes han divulgado opiniones incendiarias. Pero, en un sentido más profundo, el enojo, la confrontación y el resentimiento que hoy saturan el ambiente son culpa de todos y cada uno de nosotros. No tanto por lo que hayamos dicho en los últimos días, sino justamente por lo que hemos callado en los últimos años. Porque hemos pospuesto el debate por demasiado tiempo, porque hemos antepuesto nuestra propia comodidad a las inquietudes del otro, y porque hemos preferido la felicidad artificial a la discusión genuina. 
Por eso, independientemente de nuestra posición en el asunto, me parece que hay que estar agradecidos con que Marcos Metta haya decidido asistir al evento de Guimel. Y es que por fin nos hemos despertado de nuestros fatales sueños solitarios. El episodio de la Torre de Babel muestra que el aislamiento y la soberbia, la incomunicación y el egoísmo, son dos caras de la misma moneda; no hay ahí diferencia entre el pecado (la altivez) y el castigo (la confusión): los miles de idiomas son en realidad miles de hombres hablando consigo mismos. Así que, si algo hay que aprender de esta controversia es que debemos evitar a toda costa volver a la comodidad del silencio anterior.
Las cosas no desaparecen por dejar de hablar de ellas. Tenemos experiencia en el tema: por muchos años el divorcio fue un tabú comunitario, y el resultado era que el costo social de la separación era tan alto, que la pareja estaba dispuesta a entregarse a una vida de infelicidad o violencia antes de romper el matrimonio. Tampoco se hablaba de adicciones, lo que seguramente hacía que el paisaje social se viera muy limpio a la distancia, pero los hogares que tenían un familiar adicto la tenían doblemente difícil: además de tratar con él sin apoyo comunitario, tenían que mantener el problema en secreto para evitar ser devorados por una sociedad prejuiciosa y moralizante.
En el tema de las adicciones hay una anécdota muy ilustrativa para nuestro caso: Hace aproximadamente 25 años, un miembro de la comunidad judía de México, se acercó a su rabino, Eitan Eckstein, con un problema de cocaína; el rabino intentó ayudarlo, pero a la semana siguiente el hombre murió de sobredosis. En el entierro, la pequeña hermana del fallecido se acercó al rabí Eckstein con una carta en la que su hermano rogaba al rabino hacer todo lo posible por que él fuera la última víctima de ese “monstruo blanco”. Entonces, sentando las bases de lo que hoy es Umbral, el rabí Eckstein fundó el grupo Retorno: la primera organización judeo-mexicana para ayudar a personas con problemas de adicciones. 
Uno de los primeros esfuerzos de los fundadores de Retorno fue reunirse con líderes de distintas comunidades para fortalecer y dar a conocer su proyecto. Sin embargo, en lugar de encontrarse con el optimismo y la atención que merecían, los jóvenes fueron recibidos con una actitud que oscilaba entre el escepticismo, la negación y el rechazo.4 De hecho, cuando presentaron la idea ante el Ejecutivo del Comité Central, el propio presidente les respondió que el problema de las adicciones “no existe en la comunidad, es una falacia y vuestra preocupación es vana, no llegará a nada”.5 
Sentí curiosidad por saber lo que pensaría el rabino Eckstein de las reacciones que ha estado despertando el tema Guimel en la comunidad, así que le llamé por teléfono. Hoy es director de Retorno Internacional, un centro de rehabilitación basado en Beit Hashemesh con una presencia creciente en el mundo judío. “Pasaron 24 años y nada cambió”, me responde, decepcionado, cuando termino de contarle. Aunque está consciente de que las adicciones y la homosexualidad representan problemas muy distintos, le parece lamentable que prevalezca la misma insensibilidad institucional para percibir el dolor que de algunos de nuestros hermanos. Finalmente, las heridas que esa insensibilidad infringe a nuestra sociedad son permanentes.
La Mesa Directiva de Monte Sinaí deja claro en su comunicado del 18 de julio que se opone a cualquier tipo de apertura al tema de la homosexualidad. Es triste, porque como en el caso de las adicciones, no se trata de apertura: se trata de reconocer una realidad y de comenzar a lidiar con ella—con todos los retos y dificultades que eso implica. Algunos temen que ese reconocimiento incremente el número de homosexuales, y me imagino que más de uno de ustedes ya escuchó esa frase infame: “una vez que aceptas a los homosexuales empiezan a salir de las coladeras”. Es cierto que reconocerlos hará que se sientan más presentes, pero no porque se vayan a multiplicar por generación espontánea, sino porque por primera vez les prestaríamos la mirada.
En otras palabras, abrirse o no a los homosexuales es irrelevante por la simple razón de que siempre han estado adentro: en nuestras familias y hasta en nuestro colegio, mucho antes de que descubran su orientación sexual. Así que la verdadera pregunta es si van a estar en nuestras vidas. Un ejemplo que me queda cerca: la Monte, donde estudié y hoy trabajo como profesor, está haciendo un espléndido trabajo en adoptar el sistema de educación IBO, que se toma profundamente en serio la formación de “una comunidad de alumnos diversa e incluyente”.6 Esto, lamentablemente, corre el riesgo de volverse pura palabrería; y no hay nada más dañino para la educación que la incongruencia. Mientras tanto, siguen existiendo serios problemas de bullying relacionados con los estereotipos homosexuales, hasta el punto de que es inimaginable que hoy un par de amigos expresen su cariño y hermandad con la libertad que lo hacían David y Jonathan en el Tanaj sin ser tachados de maricones. Así que mientras la institución comunitaria no se oponga activamente a la opresión y exclusión de ese grupo, esos problemas seguirán agudizándose, pues sin su apoyo no habrá fuerza que detenga el tremendo abuso psicológico que enfrenta un joven ante la más mínima sospecha de homosexualidad.
Corre por ahí el argumento de que el peligro de simpatizar con el mensaje de Guimel es que nos puede llevar a una progresiva depravación moral de la comunidad. Primero es Guimel, dicen, y luego será Dalet y todo el abecedario hebreo. Pero cuando Marcos Metta declaró en la entrevista que “lo más importante que tiene que prevalecer es el respeto”, y que “todavía hay mucho que hacer, pero estos son primeros pasos que se están dando”7 es claro que no se refería —como sostienen Rafael Zaga Tawil y Moisés Blanga Sefami— a una agenda secreta que terminaría impulsando el matrimonio homosexual en una comunidad de línea ortodoxa. Nuestro presidente no es ningún ingenuo. Me parece que Marcos se refería justamente a que el respeto elemental a la dignidad humana (kevod haberiyot)8, independientemente de nuestra preferencia sexual, es sólo el primer paso en la responsabilidad de amar a nuestros prójimos y de tratarlos con benevolencia.9 No se trata de estirar los límites morales, sino de fortalecer su fundamento. Pero, como esta controversia ha dejado claro, aún hay que aprender el alef-bet de la ética y la moralidad.
Y me refiero a la moralidad ortodoxa, halájica: esa que utilizan como bandera quienes hoy promueven la exclusión y la homofobia. La Torá no sólo nos prohíbe angustiar u oprimir al extranjero (Shemot, 22:21 y 23:12), sino que nos obliga a amarlo como a nosotros mismos (Vaikrá, 19:33-34). Como ha observado el rabí Saul Berman, alumno del gran Rav Soloveichik, es interesante que en estas instancias no se especifica a qué tipo de extranjero o ger se refiere la Torá (al extranjero que reside sólo reside entre judíos —ger toshab—, o al converso que ha adoptado la Ley de Israel —ger emet); la razón, concluye, es que esas obligaciones deben cumplirse en ambos casos. Pero si debemos todos estos imperativos éticos a quien ni siquiera vive bajo la misma ley que nosotros, ¿acaso tenemos derecho a excluir a quienes son judíos como nosotros? En efecto, sería difícil imaginar que las opiniones de nuestros talmudistas, que hicieron de las acciones el corazón de su sistema legal, pudieran legitimar un trato malicioso y desigual hacia un grupo basándose únicamente en sus preferencias. Después de todo, ¿acaso no fueron ellos los juristas cuyo genio interpretativo se avocó a construir un sistema de derecho que por un lado fuera profundamente sensible a quienes estuvieran en posiciones sociales desaventajadas (pobres y viudas, extranjeros y esclavos, huérfanos y ciegos), y que por otro luchara para limitar los abusos de poder de gobernantes y sacerdotes imponiéndoles restricciones especiales?
El rabí Ahrón Feldman, rosh yeshivá de la Yeshivá Ner Israel, consciente de que la ética talmúdica es una ética de la acción, escribe que “el judaísmo ve de forma negativa la actividad homosexual, no al homosexual”.10 El rabí Jaim Rapoport cita con aprobación esta opinión en su libro Judaism and Homosexuality: An Authentic Orthodox View —libro que ha sido aclamado por su conocimiento enciclopédico de las fuentes, y nombrado una obra de gran erudición halájica— 11 defiende la tesis central de que los homosexuales también son objeto del amor de Dios.12 Y aunque el rabí Rapoport, leyendo las fuentes tradicionales, reconoce que el sexo gay o lésbico es una transgresión muy severa,13 nos recuerda enfáticamente que la categoría a la que pertenece ese pecado —guilui haraiot— incluye perversiones sexuales que también podemos cometer los heterosexuales, lo que obviamente nos impide tratar con especial repudio a quienes son susceptibles de incurrir en las mismas faltas que nosotros.
Sorprende entonces que la razón principal que da la Mesa Directiva para distanciarse de la opinión personal de Marcos Metta es que nuestra comunidad se define a sí misma como “ortodoxa tradicionalista”, con apego a los “lineamientos halájicos, guidados por nuestra sagrada Torá”.  Y es que la tradición judía no nos da fundamento alguno para excluir o simplemente ignorar a quienes forman parte de una minoría de nuestro pueblo. Por el contrario, la Halajá nos obliga a amarlos y respetarlos por el simple hecho de que son nuestros prójimos. 
A menos, claro, que lo que estuviera tratando de proteger no fuera la Halajá ni las tradiciones comunitarias, sino una actitud y un estatus social cimentados en prejuicios personales. Porque la realidad es que si hubiera una preocupación auténtica por el nivel de ortodoxia de la comunidad, antes que por la aceptación de los homosexuales estaríamos escandalizados por el grado promedio de observancia religiosa de sus integrantes. Además, ¿cómo puede ser un precepto de la tradición comunitaria algo que a penas ayer comenzamos a discutir? La glorificación de valores y costumbres de un pasado heroico para justificar ideas de pureza y homogeneidad social en el presente es, y ha sido siempre, una práctica de manipulación ideológica de los regímenes autoritarios. 
Si esto es el caso, como nos advierte el Dr. Daniel Rynhold —profesor de filosofía judía en la Yeshiva University—, es importante que dejemos de esconder “el prejuicio y la homofobia detrás de una apariencia de respetabilidad halájica”.14  Tomar la Torá que estamos obligados a sostener como un ejemplo de justicia ante las naciones, y utilizarla en nombre de la exclusión y la intolerancia equivale a difamar su santidad y a denigrar el nombre del pueblo judío.
Algunos nos hemos expresado en favor de la diversidad social e intelectual al interior de nuestra comunidad, así como del derecho y el valor de que Marcos Metta haya expresado su opinión personal en Guimel. Pero esas críticas han sido, en el mejor de los casos, descalificadas sin argumentos matizados y puntuales; en el peor de ellos, simplemente ignoradas por considerarse ajenas al verdadero espíritu institucional de la comunidad. No me sorprende: otro de los síntomas de la inmadurez para el diálogo es el descrédito automático de las opiniones distintas, la sensación de que ni siquiera vale la pena escuchar a nuestro interlocutor. Pero los que defendemos la inclusión y la pluralidad no lo hacemos con la intención, como ha sido sugerido, de derramar y corromper la sangre de nuestra comunidad utilizando palabras bonitas. Lo hacemos porque tememos que el flujo de esa sangre se vea paralizada por la proliferación de dogmas y estereotipos irracionales; y porque creemos que religiosa, moral, y socialmente, defendemos una posición perfectamente razonable. 
¿O no es acaso razonable querer vivir en una sociedad en donde no sucedan  tragedias como la de Alan Turing?, ¿en una sociedad donde un individuo no se reduzca a una orientación sexual?, ¿en donde los miedos y discriminaciones no se escuden tras una verdad que va en contra del espíritu crítico, plural y humanitario de nuestra Torá?, ¿en una sociedad donde la historia judía sirva como lección de las consecuencias fatales de la exclusión y la intolerancia?, ¿una sociedad en la que uno pueda estar seguro de que si tiene un hijo o hija homosexual,  no va a ser abusado(a) o abandonado(a) a su suerte por la propia comunidad a la que pertenece?
Quizás hoy representemos a una minoría, pero, como escribía el rabí Berman en 1973, “relegar las voces entusiastas a una minoría no significa que podamos, o que estemos autorizados moral y religiosamente, simplemente ignorarlas. Las minorías de una generación tienden a convertirse en las mayorías de la siguiente. Los dedos que indican injusticias evidentes a menudo parecen transformarse en puños que golpean a través de los muros de la resistencia a la rectificación.”15
Decía el Rambam que para trabajar hacia el perfeccionamiento de nosotros mismos es importante desarrollar actitud positiva hacia la crítica.16 La mitzvá de tojajá consiste en señalarle una falta a nuestro prójimo. Mientras que lo más natural para nosotros es evitar la amonestación para prevenir enojos y rupturas, la sabiduría de esta mitzvá consiste en recordarnos que la falta de crítica puede degenerar en apatía y paralizar entonces nuestra capacidad para corregir nuestras acciones. “¿Cuál es el camino apropiado que debe tomar una persona? —pregunta Rebbi—. Amar la crítica, pues mientras hay admonición en el mundo, un espíritu pacífico desciende sobre la tierra, la berajá viene al mundo, y todas las formas del mal son eliminadas de este mundo.”17 Por supuesto, para que eso se cumpla la crítica debe demostrar que proviene de nuestro cariño e interés por nuestros semejantes, y no de un deseo de despertar antipatías. Ojalá que en estas palabras se distinga el amor y la preocupación genuina que las motiva, y que así sean recibidas.



1 Jim Holt, “How the Computers Exploded”, The New York Review of Books, 7 de Junio del 2012.
2 http://www.cnn.com/2011/10/06/opinion/apple-logo/.
3 El comunicado puede consultarse en: http://msinai.mx/.
4 Agradezco a Silvia Cherem por haberme sugerido hablar del grupo Retorno, así como a Abbey Hinich y Gilda Begún por sus valiosos testimonios sobre el nacimiento del proyecto.
5 Esto lo cuenta Mario Nudelstejer Toiber (director de Tribuna Israelita durante nueve años y de Comité Central durante once) en un artículo que publicó en Enlace Judío en septiembre de 2011: http://www.enlacejudio.com/2012/11/16/ventana-la-calle-ii-tras-los-bastidores-en-la-politica-comunitaria-adicciones/.
6 http://www.ibo.org/es/mission/.
7 El subrayado es de Rafael Zaga Tawil y Moisés Blanga Sefami, quienes transcriben parte de la entrevista en una carta a los directivos comunitarios (Jóvenes, Campo fértil y fácil de corromper!!).
8 Véase la Declaración de principios sobre el lugar de judíos con orientación homosexual en nuestra comunidad, citada por Silvia Cherem, que ya para enero de 2012 había sido firmado por más de doscientos rabinos, educadores y profesionales de la salud ortodoxos: http://www.statementofprinciplesnya.blogspot.mx/
9 Está escrito en el Pirké Avot (comentario a la Mishná 15) que “nuestro temor a Dios debe reflejarse en nuestra actitud hacia los demás hombres sin distinción de raza, posición social o creencia religiosa. Pues el que teme a Dios respeta en todo hombre la imagen del creador.”
10 Aharon Feldman, “A Personal Correspondence,” Jewish Action 58/3 (primavera, 5758/1998), p. 69.
11 Véase, por ejemplo, la reseña del Dr. Daniel Rynhold titulada “Compassion and Halakhic Limits: Judaism and Homosexuality: An Authentic Orthodox View by Chaim Rapoport”, que apareció hace nueve años en la revista ortodoxa The Edah Journal (5:1, Tammuz 5765).
12 Rabí Jaim Rapoport, Judaism and Homosexuality: An Authentic Orthodox View, Vallentine Mitchell, Londres, 2004, p. 43.
13 A diferencia de la prohibición del sexo gay, que aparece en la Torá (Vaikrá, 18:22 y 20:13), la del sexo lésbico no la encontramos sino hasta el Shuljan Aruj: “Para las mujeres está prohibido frotarse la una a la otra en posición de relaciones sexuales” (Even Haezer, 20:2).
14 Op. cit., p. 4.
15 R. Saul J. Berman, “The Status of Women in Halakhic Judaism”, Tradition: A Journal of Orthodox Jewish Thought, Vol. 14:2, 1943.
16 Hiljot Teshuvá, 4:2.
17 Tamid, 28:3.